Educación Inclusiva

Módulo 1: El dilema de las diferencias. La inclusión educativa

Definir la inclusión

A la vista de los análisis que hemos venido realizando, plantearemos una definición de inclusión educativa que nos permita comprender mejor su naturaleza y sobre todo, orientar las políticas y los planes de acción que tanto  las autoridades educativas, los directivos de los centros escolares y  los profesores en su práctica, individual y colectivamente considerada, pueden emprender para avanzar en su contexto hacia esa aspiración.

En este curso vamos a adoptar a modo de  «definición operativa» de inclusión educativa la que Ainscow, Booth y Dyson (2006 p. 25) hacen al  respecto: se trata del proceso de análisis sistemático de las culturas, las políticas y las prácticas escolares para tratar eliminar o minimizar, a través de iniciativas sostenidas de mejora e innovación escolar, las barreras de distinto tipo que limitan  la presencia, el aprendizaje y la participación de  alumnos y alumnas en la vida escolar de los  centros donde son escolarizados, con particular atención a aquellos más vulnerables.

Como puede apreciarse, dicha definición hace referencia atres variables relevantes para la vida escolar de cualquier estudiante; la presencia,  la participación y el rendimiento.

Presencia se refiere a dónde son escolarizados los alumnos pues, sin ser lo definitorio, los lugares son importantes, dado que parece difícil que el alumnado aprenda a reconocer y valorar la diversidad humana, en la distancia, esto es, en centros, aulas o espacios segregados de aquellos donde se educan los alumnos sin discapacidad. Por aprendizaje se debe entender que el centro se preocupa por adoptar las medidas necesarias para que, todos los alumnos, incluidos aquellos más vulnerables a la exclusión (alumnos con discapacidad, por ejemplo), la marginación o el fracaso escolar (no alcanzar los estándares de evaluación requeridos al finalizar la educación obligatoria), tengan el mejor rendimiento escolar posible en todas las áreas del currículo de cada etapa educativa. Por lo tanto, que la acción educativa dirigida hacia ellos no se conforma con “lo básico” o descuida ámbitos de enseñanza y aprendizaje establecidos para todos. La participación se concreta en el deber de reconocer y apreciar la identidad de cada alumno y la preocupación por su bienestar personal (autoestima) y social de todos ellos (relaciones de amistad y compañerismo) y, por lo tanto, por la ausencia de situaciones de maltrato, marginación o aislamiento social.

Para todas estas variables la inclusión compromete una tarea ineludible de identificar, minimizar o remover, en su caso, las barreras que desde distintos planos de la vida escolar (cultura, planificación y práctica), al interactuar negativamente con las condiciones personales o sociales de determinados alumnos en determinados momentos, pudieran limitar en cada centro o aula, precisamente, la presencia, el aprendizaje o la participación de éstos u otros estudiantes.

Todo ello implica un proceso, a modo de dimensión transversal, en relación con las variables mencionadas, que se extiende en el tiempo,  relativo a la tarea de planificar, implementar y sostener procesos de innovación y mejora escolar vinculados al objetivo de reestructurar las culturas, las políticas y las prácticas escolares de forma que progresivamente se eliminen o minimicen las barreras existentes y, por ello, respondan con más equidad a la diversidad del alumnado en sus respectivas localidades.

Señalar, por último, que todo ello requiere de la capacidad de los actores educativos implicados (profesorado, directivos, familias, alumnos, comunidad, administración, etc.) para llevar a cabo eficientes procesos de toma de decisiones sobre los dilemas y los conflictos que aflorarán en cada centro en el transcurso de su propia concreción del proceso de intentar ser más inclusivos, lo que, entre otros factores determinantes, obliga al compromiso de hacer  de la participación, de la colaboración, del apoyo mutuo  y del «dialogo igualitario» la vía para resolver las tensiones, que necesariamente aflorarán en el transcurso de este proceso y para apoyar las que finalmente se adopten.  Este concepto lo trataremos de forma más amplia en los dos últimos módulos.

Visto desde esta perspectiva y retomando «la parábola del invitado a cenar» con la que iniciábamos este módulo, cabría apreciar en ella algunas de las claves con las que definir y comprender la inclusión educativa:

«Una escuela selectiva sólo quiere a aquellos discípulos que pueden comer el menú que tiene preparado de antemano: un currículum prefijado. Ni siquiera se conforma con preparar un menú especial –un currículum adaptado- para un estudiante que tiene problemas para comer el menú general, es decir, el currículum ordinario, general, como de hecho está ocurriendo en muchos procesos de integración escolar. Una escuela inclusiva es muy diferente. Una escuela inclusiva es aquella que adecua el menú general para que todo el mundo pueda comerlo, para que sea un currículum común, y lo hace compartiendo un espacio y un tiempo escolar, porque  detrás de cómo y de qué se enseña hay unos determinados valores que configuran una forma muy determinada de vivir (Pere Pújalas Maset, 2001)