Todos los que nos dedicamos a la enseñanza sabemos que una imágen no vale más que mil palabras. La imagen, desde la prehistoria, precede a la palabra escrita y las sociedades iletradas se instruían a través de las imágenes. En la Edad Media, los programas iconográficos de las portadas y los capiteles románicos servían a los sacerdotes para ilustrar a sus fieles, los artesanos y comerciantes se anunciaban con representaciones gráficas de sus oficios o negocios y los libros iluminados a mano con preciosas miniaturas eran muy apreciados. La imprenta primero y, más tarde, la educación racionalista impuso desde el siglo XVIII la letra impresa como vehículo de conocimiento y el siglo XX se ha centrado en acabar con el analfabetismo en los países desarrollados.
Prestar mayor atención al cine y su lenguaje en la educación de nuestros jóvenes no es un capricho de cinéfilo o un amoldamiento a la sociedad de consumo. Es, hoy día, una cuestión esencial, cuando la escuela, cuestionada desde muchos ámbitos, ha sido superado en su papel por el educador no institucional: los Medios Audiovisuales.
La escuela proporciona cada vez menos información significativa para la idea del mundo que los alumnos se forman.
La idea del mundo que tienen nuestros alumnos y
alumnas es mucho más deudora de un imaginario derivado del
cine y la televisión que de lo que sus padres y la escuela
les han transmitido. Los datos cantan: los adolescentes consumen
entre dos y cinco horas diarias de televisión. Diariamente
son algunas menos que las lectivas pero, como señalábamos
en la Introducción, superan a éstas en el cómputo
mensual y anual ya que la tele nunca hace vacaciones. El cine nos
hace soñar, reír o llorar pero también nos
hace viajar en el tiempo y en el espacio, descubrir, conocer, reflexionar.
Podríamos remitirnos a esos estudios apocalípticos
que señalan que un chico ha visto a los 14 años más
de cinco mil actos violentos pero no hay que olvidar que ha visto
también centenares de animales, paisajes y monumentos que
no hubiera conocido de otra forma así como, seamos optimistas,
otras formas de vida y cultura (especialmente las de los EE.UU.,
eso es verdad). No perdamos de vista que ver la tele es la tercera
actividad diaria de nuestros alumnos (y de la mayoría de
los españoles) tras dormir y estar en el instituto.
En su famoso aforismo "el medio es el mensaje",
McLuhan señalaba que cada medio
de comunicación re-crea la cultura y, en consecuencia, la
transforma. Hoy vivimos en la "Civilización
de la Imagen", otra afortunada definición que
hizo en 1969 Enrico Fulchignoni.
El cine puede servir como documento de reflexión y debate pero no podemos dejar de lado que es necesario enseñar a leer las imágenes para captar los diferentes niveles de lectura de las obras fílmicas y que es imprescindible dotar a los alumnos de instrumentos de análisis y crítica que les permitan ver lo que está oculto. Ello comporta formarnos en el lenguaje y la historia del cine para poder formar. Pero no debemos olvidar que, como dijo el argentino José Ingenieros, "... la escuela no cabe en los límites estrechos del aula". Nuestros alumnos ya han salido ¿ podremos seguirlos ? |