Comparado con Bardem, Luis García
Berlanga apostó por un cine más entroncado con en
el humor de sainete, aunque con buena carga de acidez, como dejó
demostrado en Bienvenido, Mr. Marshall (1952),
Calabuch (1956), Los
jueves, milagro (1957), y Vivan los
novios (1969). Mención especial merecen Plácido
(1961), en la que carga contra la hipocresía de ciertas
prácticas caritativas y El verdugo
(1963), en la que denuncia la pena de muerte.
Pero sin duda alguna, la gran obra
de esta primera época es Bienvenido,
Mr. Marshall. Esta genial comedia plantea como fondo la visita
de una delegación estadounidense a un pueblo castellano,
con motivo de los acuerdos planteados por el histórico plan
Marshall. Berlanga se sirve de este hecho anecdótico para
satirizar acerca del Plan y sobre todo acerca de una sociedad española
aún en subdesarrollo.
Posteriormente, Berlanga va incrementando
la carga crítica de sus argumentos, hasta convertirlos en
auténticos retratos esperpénticos de la sociedad en
que le tocó vivir. En esta época, en la que colaboró
principalmente con el guionista Rafael Azcona, vieron la luz filmes
como La escopeta nacional (1977),
Patrimonio nacional (1980) y Nacional
III (1982), las tres basadas en la vida de la familia del
Marqués de Leguineche, inserta en pleno proceso de transición
de la dictadura a la democracia.
Sus posteriores entregas han mantenido
el tono satírico, destacando por su éxito comercial
La vaquilla (1985), en la que parodia
sobre la contienda civil española. Tras Moros
y cristianos (1987), llegaron Todos
a la cárcel (1993) y París-Tombuctú
(1999), que puede considerarse como su testamento fílmico.
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