Theda Bara nació en
el Sáhara a finales del siglo XIX, fruto de los amores prohibidos
de un oficial francés y de una muchacha árabe, que
murió al dar a luz. Su nombre, un anagrama de las palabras
"Muerte Árabe" (Arab Death,
en inglés), formaba parte de la nómina de estrellas
de la Fox, en el apartado de "la
mujer más perversa del mundo". Todo, por supuesto, era
mentira, una fabulosa invención del departamento publicitario
de la productora. En realidad, la Bara era natural de Cincinati
(Ohio), de ascendencia judeo-inglesa y se llamaba Theodosia. ¿Para
qué tanto enredar? Por dinero, por supuesto.
Miss Bara, hoy completamente olvidada, fue en la primera década
del siglo XX una de las actrices más taquillera de la versión
muda del star system hollywoodiense, con títulos como Cleopatra
(1917), en los que apuntaba maneras vamp y cuya vida privada
irritó la susceptibilidad puritana de parte de la sociedad
estadounidense.
Sin embargo, no es en Norteamérica, sino en Francia, donde
hay que buscar los orígenes de ese "sistema de estrellas"
a sueldo que durante años dominó la cinematografía
mundial. En 1907, en el país de los hermanos
Lumière, la barraca de feria de las primeras proyecciones
se había convertido en una industria que empezaba a mostrar
síntomas de agotamiento: los mismos melodramas y comedias
vulgares que proporcionaron los primeros éxitos cansaban
ahora, por repetitivos. El público volvía a llenar
las salas de teatro, en el que se ofrecía una gran variedad
de historias, escritas por autores como Racine,
Shakespeare o Víctor Hugo, e interpretadas por actores
y actrices de prestigio, como Sarah Bernhardt.
Fue entonces cuando la productora francesa Film d'art se propuso
elevar el nivel artístico del cine incorporando a grandes
nombres de la escena. Intérpretes, escenógrafos y
directores de teatro llevarían a la pantalla el arte que
con tanta notoriedad desarrollan en la escena; sus nombres serían
una garantía de calidad.
El fichaje más espectacular fue el de Sarah
Bernhardt. La actriz despreciaba el cine, que había
calificado de "ridículas pantomimas fotografiadas",
pero se rindió, como cualquier mortal, a los 1.800 francos
por sesión más un canon por metro de película
que le ofreció Film d'art por protagonizar El
asesinato del duque de Guisa (1908), escrita por el académico
Henri Lavedan e interpretada por muy respetables actores
de la Comèdie Française. La película causó
sensación. El éxito enseñó el camino
a seguir y tuvo sus imitadores en el resto de Europa y en Estados
Unidos, donde, por ejemplo, el productor Adolph
Zukor fundaría la empresa Actores famosos en obras
famosas ("Famous Players in Famous Plays").
A este cambio de mentalidad había que añadir las
mejoras que se iban incorporando al cine y que repercutían
a su vez en la relación con el espectador. Así, la
técnica de primer plano desarrollada por la productora norteamericana
Vitagraph tuvo como consecuencia
la difusión y popularización de los rostros de sus
actores en plantilla.
Pero estos "trabajadores" no sólo eran conocidos,
sino que además fueron cada vez más deseados por los
espectadores. Y ese deseo engordaba la taquilla.
Román Gubern afirma en
su Historia del Cine que la razones psicológicas más
profundas para el arraigo del star system están "en
la transferencia emotiva que se opera en el espectador durante el
ritual de la proyección cinematográfica". Además,
"el actor o actriz aparecen para el fan revestidos de todas
las cualidades y virtudes de los personajes que han encarnado repetidamente
en la pantalla: belleza, valor, inteligencia...".
Y estaba el sexo, claro, hasta el punto que no hay mito de la gran
pantalla que no lo sea también erótico, desde la sensualidad
nouveau de Louise Brooks a la
sofisticación andrógina de Marlene
Dietrich, pasando por la ingenuidad virginal de Mary
Pickford o, en el otro extremo, la mirada pasional del
único latin lover, Rodolfo Valentino.
Todos ellos intentaban construir o desarrollar en la realidad,
es decir, en las revistas de la época, los arquetipos a que
habían sido destinados por las productoras y el público,
en una suerte de juego de espejos que nunca reflejaba la verdad,
o en todo caso, devolvía sólo la "verdad moral"
aceptada en cada momento.
En eso consistía, en definitiva, el "estar system":
un estar de acuerdo, dentro de un orden definido, sistematizado,
en función de unas reglas estéticas contemporáneas.
Ángel Martos Cremades es actor.
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