Anexo > "Star System " por Ángel Martos Cremades
   

Theda Bara  en Cleopatra, 1917 Sarah Bernhardth Marlene Dietrich en Express de Sternberg, 1932 Valentino, 1932 Lillian Gish Louise Brooks Gloria Swanson Mary PickfordClark Gable y Joan Crawford, 1931

Theda Bara nació en el Sáhara a finales del siglo XIX, fruto de los amores prohibidos de un oficial francés y de una muchacha árabe, que murió al dar a luz. Su nombre, un anagrama de las palabras "Muerte Árabe" (Arab Death, en inglés), formaba parte de la nómina de estrellas de la Fox, en el apartado de "la mujer más perversa del mundo". Todo, por supuesto, era mentira, una fabulosa invención del departamento publicitario de la productora. En realidad, la Bara era natural de Cincinati (Ohio), de ascendencia judeo-inglesa y se llamaba Theodosia. ¿Para qué tanto enredar? Por dinero, por supuesto.

Miss Bara, hoy completamente olvidada, fue en la primera década del siglo XX una de las actrices más taquillera de la versión muda del star system hollywoodiense, con títulos como Cleopatra (1917), en los que apuntaba maneras vamp y cuya vida privada irritó la susceptibilidad puritana de parte de la sociedad estadounidense.

Sin embargo, no es en Norteamérica, sino en Francia, donde hay que buscar los orígenes de ese "sistema de estrellas" a sueldo que durante años dominó la cinematografía mundial. En 1907, en el país de los hermanos Lumière, la barraca de feria de las primeras proyecciones se había convertido en una industria que empezaba a mostrar síntomas de agotamiento: los mismos melodramas y comedias vulgares que proporcionaron los primeros éxitos cansaban ahora, por repetitivos. El público volvía a llenar las salas de teatro, en el que se ofrecía una gran variedad de historias, escritas por autores como Racine, Shakespeare o Víctor Hugo, e interpretadas por actores y actrices de prestigio, como Sarah Bernhardt.

Fue entonces cuando la productora francesa Film d'art se propuso elevar el nivel artístico del cine incorporando a grandes nombres de la escena. Intérpretes, escenógrafos y directores de teatro llevarían a la pantalla el arte que con tanta notoriedad desarrollan en la escena; sus nombres serían una garantía de calidad.

El fichaje más espectacular fue el de Sarah Bernhardt. La actriz despreciaba el cine, que había calificado de "ridículas pantomimas fotografiadas", pero se rindió, como cualquier mortal, a los 1.800 francos por sesión más un canon por metro de película que le ofreció Film d'art por protagonizar El asesinato del duque de Guisa (1908), escrita por el académico Henri Lavedan e interpretada por muy respetables actores de la Comèdie Française. La película causó sensación. El éxito enseñó el camino a seguir y tuvo sus imitadores en el resto de Europa y en Estados Unidos, donde, por ejemplo, el productor Adolph Zukor fundaría la empresa Actores famosos en obras famosas ("Famous Players in Famous Plays").

A este cambio de mentalidad había que añadir las mejoras que se iban incorporando al cine y que repercutían a su vez en la relación con el espectador. Así, la técnica de primer plano desarrollada por la productora norteamericana Vitagraph tuvo como consecuencia la difusión y popularización de los rostros de sus actores en plantilla.

Pero estos "trabajadores" no sólo eran conocidos, sino que además fueron cada vez más deseados por los espectadores. Y ese deseo engordaba la taquilla. Román Gubern afirma en su Historia del Cine que la razones psicológicas más profundas para el arraigo del star system están "en la transferencia emotiva que se opera en el espectador durante el ritual de la proyección cinematográfica". Además, "el actor o actriz aparecen para el fan revestidos de todas las cualidades y virtudes de los personajes que han encarnado repetidamente en la pantalla: belleza, valor, inteligencia...".

Y estaba el sexo, claro, hasta el punto que no hay mito de la gran pantalla que no lo sea también erótico, desde la sensualidad nouveau de Louise Brooks a la sofisticación andrógina de Marlene Dietrich, pasando por la ingenuidad virginal de Mary Pickford o, en el otro extremo, la mirada pasional del único latin lover, Rodolfo Valentino.

Todos ellos intentaban construir o desarrollar en la realidad, es decir, en las revistas de la época, los arquetipos a que habían sido destinados por las productoras y el público, en una suerte de juego de espejos que nunca reflejaba la verdad, o en todo caso, devolvía sólo la "verdad moral" aceptada en cada momento.

En eso consistía, en definitiva, el "estar system": un estar de acuerdo, dentro de un orden definido, sistematizado, en función de unas reglas estéticas contemporáneas.


Ángel Martos Cremades es actor.