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Vaya por delante que éste no es, ni mucho menos, un artículo
exhaustivo ni riguroso sobre el expresionismo alemán. Tan solo
se trata de un recorrido subjetivo por algunas películas, vagamente
unidas por el término "expresionismo",
en el que voy a intentar explicar por qué me gustan y por qué
creo que merecen la pena ser vistas, a día de hoy, como mucho
más que una reliquia o una curiosidad.
Hay dos razones principales para
esto. Por un lado, nos sirven para entender el estado de ánimo
de la sociedad alemana de entreguerras, hasta tal punto que se suelen
considerar como un espejo del camino que llevó a Alemania
de Weimar a Hitler. Y por otro, muchas de ellas son verdaderas cumbres
de un arte que a la vez alcanzaba su punto álgido y empezaba
a emitir su canto de cisne: el cine mudo contaba sus últimas
horas y nos dejó un puñado de películas maravillosas,
libres y modernas, varias de las cuales vieron la luz en la turbulenta
Alemania de aquel período. Hoy en día sigue sorprendiéndonos,
por sofisticado y por moderno, su lenguaje visual.
El Expresionismo surgió como
movimiento a principios del siglo pasado con el Grupo Die Brucke,
aunque hunde sus raíces en la Edad Media (Durero,
Grünewald) y en precursores más recientes como
Van Gogh o Munch. La pintura expresionista ofrece una
visión del mundo ferozmente subjetiva, deformada y torturada.
Los artistas pintan la angustia, la muerte, la desesperanza y el
horror, y para hacerlo rompen con la realidad a base de trazos y
colores salvajes y agresivos. La influencia expresionista también
alcanzó a la literatura, la música, la poesía
y el cine.
Al igual que cualquier otro movimiento
estético, el cine expresionista tiene sus antecedentes. Los
dos más conocidos son las primeras versiones de El
Golem (1914) y de El estudiante de
Praga (1913). Ambas fueron codirigidas y protagonizadas por
Paul Wegener, y ambas dieron lugar
a sendos "remakes" en los años '20. La temática
de ambos filmes, romántica, oscura y con toques filosóficos,
anticipa la oleada que estaba a punto de llegar.
El estudiante
de Praga mezcla el mito de Fausto,
el mito del doble o doppelganger
(también presente en El retrato de
Dorian Grey, en Doctor Jekyll
y Mr. Hyde y en el cuento de Poe,
William Wilson), para contarnos la
historia de un estudiante que vende despreocupadamente su reflejo
a un mefistofélico personaje, que lo usará para cometer
todo tipo de desmanes y achacárselos al infeliz protagonista.
Esta dualidad entre la parte buena
y la parte mala se percibe también en El
Golem, basado en una antigua leyenda en la que un rabino
insufla vida a una criatura de arcilla. Una vez que la criatura
toma consciencia de su origen artificial y de su falta de humanidad,
debido al rechazo de una dama de la que se enamora, destruye furiosa
todo lo que encuentra a su paso. Las similitudes con Frankenstein,
otra versión del mito sobre lo bueno y lo malo, son más
que evidentes. Como curiosidad, se dice que Boris Karloff se fijó
mucho en la interpretación de Paul Wegener para crear su
propio monstruo.
Hay que decir que el "verdadero"
cine expresionista solo duró de 1919 a 1924, y que por lo
general al hablar de él nos referimos a películas
de influencia expresionista que abarcan hasta principios de los
años '30. El film expresionista por excelencia es El
gabinete del Doctor Caligari (Robert
Wiene, 1919). Nos cuenta la historia del malvado doctor Caligari,
que tiene esclavizado al sonámbulo Cesare y lo utiliza para
cometer terribles crímenes. Al principio, los guionistas
Carl Mayer y Hans
Janowitz plantearon la historia como una alegoría
de la guerra a través de la manipulación de Cesare
(el pueblo) por parte de Caligari (el poder), que lo manda a matar
y morir mientras vegeta en un estado de sopor permanente. Wiene
añadió un prólogo y un epílogo que convierten
la alegoría en el delirio de un loco que confunde al amable
director del manicomio con el perverso Caligari. Para representar
la ciudad de pesadilla se utilizaron decorados con perspectivas
imposibles, ángulos extraños, arquitecturas tortuosas
y sombras pintadas. Todo se recreó en el estudio. No hay
pretensión alguna de realismo, es la visión retorcida
de una mente igualmente retorcida. Viendo esta película tenemos
casi la sensación de ver un cuadro en movimiento. Éste
es a la vez su mayor hallazgo y su punto débil, ya que todo
está subordinado al aspecto formal. Por este motivo cosechó
críticas apasionadas, a favor y en contra. Para algunos era
el futuro del nuevo arte, para otros un paso atrás, una vuelta
al hieratismo de los primeros años del cine. El
gabinete del doctor Caligari resulta especialmente interesante
a nivel sociológico, como reflejo de los turbulentos conflictos
internos que atormentaban a los alemanes, y a nivel estético
como reflejo fidedigno de lo que era la pintura expresionista. Tuvo
un éxito enorme en todo el mundo. Como curiosidad, su estreno
en EE.UU. en 1921 causó un escándalo notable, y dio
lugar a serios disturbios porque mucha gente opinaba que ver una
película alemana era dar dinero al enemigo, eso a pesar de
que se había firmado la paz con Alemania casi 3 años
antes.
El gabinete
del Doctor Caligari supuso una ruptura estética total,
e influyó en muchas de las películas que vinieron
después aunque, como es lógico, sus planteamientos
un tanto restrictivos fueron evolucionando hacia otros más
libres y dinámicos. Se llegó a acuñar la palabra
caligarismo para referirse a las películas más abiertamente
influidas por su estética. Se ha discutido mucho el mérito
de Wiene en la película, debido
a que nunca volvió a estar a la altura de Caligari, en favor
de los diseñadores de los decorados, los pintores Hermann
Warm, Walter Röhrig y Walter
Reimann.
De los grandes directores del expresionismo
alemán, Friedrich Wilheilm Murnau
es, personalmente, mi favorito, y el más poético y
romántico.
Murnau no era un "expresionista"
estrictamente hablando. Para empezar, solía rodar en exteriores
y en decorados naturales. La poesía y la delicada separación
entre realidad y fantasía de sus películas lo diferencian
también del expresionismo.
La primera película de Murnau
que se asocia con el expresionismo es Nosferatu,
una sinfonía de horror (1922). Se trata de una versión
no autorizada de Drácula, disimulada para no pagar derechos,
lo cual dio origen a una amarga disputa con Florence Stoker, la
viuda del autor, que a punto estuvo de conseguir quemar el negativo
original. Sin ser la primera película sobre Drácula,
sí es la primera película de vampiros que se conoce
habitualmente.
Nosferatu es el padre de todos los
vampiros fílmicos. El legendario maquillaje de Max Schreck,
con sus garras afiladas y orejas puntiagudas, está en la
mente de todos como un icono del cine de terror. En Nosferatu
hay imágenes extraordinariamente sugerentes que no han perdido
su poder de fascinación: las ratas que siguen al vampiro
a todas partes como una plaga, el vampiro saliendo tieso de su ataúd,
el barco fantasma que llega a la ciudad, etc...
Con los tiempos que corren no se puede decir que Nosferatu
sea hoy una película de terror, pero no cabe duda de que
ha influido en muchas películas del género con su
extraña mezcla de poesía y horror.
El último
(1924), protagonizada por el gran Emil Jannings, es
otra de las grandes obras de Murnau,
al que a veces se le ha llamado "el director de las obras maestras".
Es la historia del portero de un gran hotel y del respeto que le
tienen en su humilde barrio debido a su bonito uniforme de botones
relucientes. Un día lo degradan a encargado de los lavabos
y le retiran el uniforme. Cuando es descubierto se ve despreciado
por sus vecinos y su familia. La humillación le corroe. Finalmente,
recibe una herencia inesperada y se hace muy rico y feliz.
El último
es una película maravillosa que todo el mundo debiera ver,
pues es una de las cumbres de su arte. La cámara de Murnau
se mueve con una fluidez pocas veces vista antes, y la fotografía
es un prodigio de matices y claroscuros. Verdaderamente, es música
en imágenes. No es casualidad que Murnau subtitulara dos
de sus películas con términos musicales: Nosferatu
es "una sinfonía de horror", y Amanecer
es "una canción de dos personas".
El último
no tiene intertítulos (cartones de las películas mudas
con texto dialogado o explicativo), tampoco los necesita, pues las
imágenes se explican por sí solas. Solo hay un título
que precede al falso final feliz y que ironiza sobre el mismo, pues
se trata claramente de un parche que no concuerda con el tono de
la historia.
Hay quien dice que el mérito
de El último hay que dárselo
a Carl Mayer, uno de los grandes poderes
en la sombra de la época. Mayer fue también guionista,
entre otras, de El gabinete del doctor Caligari,
Metrópolis, Berlín,
sinfonía de la gran ciudad y Amanecer.
Sin dudar de la importancia de la figura gigantesca de Mayer, Murnau
nos dejó una colección de películas sublimes,
truncada por su temprana muerte y que basta para establecerle como
uno de los más grandes directores de la historia del cine.
Tampoco podemos olvidarnos del operador,
Karl Freund, que también lo
fue de El Golem, Metrópolis
y Berlín, sinfonía de la gran
ciudad y que más adelante dirigiría en Hollywood
la primera versión de La momia.
El último
refleja la fascinación alemana por los uniformes; el uniforme
es el símbolo de status del personaje, y una vez despojado
de él, ya nadie le respeta.
Amanecer
(1927) fue la primera película americana de
Murnau, y su inclusión en esta lista es una pequeña
licencia. Para muchos es, simplemente, la mejor película
muda de la historia. Nos cuenta una historia sencilla de amor, traición
y celos, de una manera poética y musical, con una sensibilidad
extraordinaria. Como en El último
la cámara es libre, y algunos planos siguen siendo soberbios
a día de hoy. Los trucajes, con sobreimpresiones complejísimas,
le dan un aire entre frenético u onírico, según
momentos. El guión también es de Carl Mayer,
y Murnau contó con todos los medios técnicos y económicos
necesarios para hacer realidad su visión.
Fritz Lang
dirigió algunas películas muy importantes en Alemania
antes de huir del nazismo y establecerse con éxito en EE.UU.
De joven había estudiado arquitectura, de lo cual dan fe
los decorados monumentales de algunos de sus films:
El doctor
Mabuse (1922), que se distribuyó como dos películas
debido a su duración de más de tres horas, está
muy emparentada con Caligari en algunos aspectos formales (decorados
extravagantes, sombras pintadas, etc...) y en su protagonista: Mabuse
es el arquetipo del malo, el amo de una red de crimen y corrupción
que atenaza a una sociedad débil y decadente (nuevo reflejo
de la atormentada sociedad alemana de entreguerras), un maestro
del disfraz que se infiltra a placer en cualquier lugar y situación,
cuyos ojos todo lo ven y cuyos tentáculos llegan a todos
los rincones. Un manipulador, al igual que Caligari. El lado oscuro,
el poder de la mente aplicado al mal. Se hizo tan popular que mereció
varias secuelas en los años sucesivos, algunas del propio
Lang y otras no.
En Metrópolis
(1926) la grandiosidad de Lang alcanza la que quizás
sea su cumbre, con la excepción de Los
Nibelungos (1924), una aventura épica y mitológica
igualmente monumental, aunque más complicada de encontrar
hoy en día que Metrópolis.
Independientemente de la ingenuidad y la simpleza del guión,
Metrópolis resulta grandiosa
por su concepto visual. Con su mezcla de elementos futuristas y
antiguos, sigue siendo hoy en día el referente fundamental
de cualquier estética "futurista-retro". La majestuosa
y elegante ciudad alta contrasta con el tono industrial y opresivo
de la ciudad baja. Todo está calculado hasta el mínimo
detalle, incluso las masas hacen formas geométricas en medio
de los tumultos y las carreras. Fue durante mucho tiempo la película
más cara de la historia del cine alemán, lo cual en
esa época no era poco. Visualmente no ha envejecido.
M, el vampiro
de Dusseldorf (1931) se sale un poco del marco temporal de
este artículo, aunque la influencia expresionista todavía
se nota en la temática (la sórdida historia de un
psicópata asesino de niños) y en la iluminación,
basada en sombras y claroscuros, que le da un tono inquietante y
perverso. Es la primera película sonora de Lang, un ejemplo
de utilización expresiva e inteligente del sonido. Peter
Lorre ofrece una interpretación memorable, que lo encasillaría
para el resto de su carrera.
De Georg W.
Pabst se dice que era un cineasta más social y más
realista que otros de sus contemporáneos. A pesar de algunas
películas memorables cayó en el olvido relativamente
pronto, y a veces se le ha criticado por "carecer de un estilo
propio". Pero ahí siguen sus películas, digan
lo que digan. Dos de ellas son especialmente relevantes:
Bajo la máscara
del placer (1925), también conocida como
La calle sin alegría, es un crudo retrato de miseria
en la Viena de la postguerra, con el contraste brutal entre la opulenta
clase alta y la miserable clase baja como telón de fondo.
Una visión sin concesiones de la injusticia, lo cual le valió
toda clase de problemas y censuras a la hora de exhibirse fuera
de Alemania. En realidad la historia no está contada de forma
"expresionista", sino más bien con un afán
de realismo que también sería una importante influencia
en el cine alemán posterior. Por cierto que en ella podemos
ver a la diva del cine mudo Asta Nielsen y a unas jovencitas
Greta Garbo y Marlene Dietrich.
Lulú,
o la caja de Pandora (1928) es la
película más conocida de Pabst.
La historia de la seductora Lulú, protagonizada por Louise
Brooks, mantiene aún toda su sensualidad y erotismo. Lulú,
un personaje que bascula entre la inocencia y la perversión,
destruye la vida de hombres y mujeres, que la desean por igual.
Al final acabará muriendo a manos de Jack el Destripador.
Lulú causó un gran escándalo en su momento,
y también fue censurada en varios países europeos.
Luego quedó olvidada durante décadas hasta ser recuperada
como la maravillosa película, sugerente y ambigua, que es.
Este no es más que un pequeño
repaso, incompleto y subjetivo, de algunas películas expresionistas
o relacionadas con el expresionismo. Se entiende que tienen entre
sí una afinidad estética más o menos pronunciada,
pues el planteamiento original de Caligari fue evolucionando hacia
formas más sofisticadas, y una afinidad temática igualmente
significativa. Al verlas, aquello que dicen los libros de que reflejan
el estado de ánimo de una sociedad en un momento de crisis
se nos hace claro, lo cual no significa necesariamente que todas,
ni siquiera que una mayoría, de las películas alemanas
de la época compartieran el resto de características
comunes que se les supone.
Otra película que merece la
pena mencionar es El ángel azul (1930),
de Joseph von Sternberg. No es un film
mudo, pero está muy relacionada con las películas
de las que hemos hablado. Un severo profesor, odiado por sus alumnos,
los reprende por ir a un cabaret. Un día va a abroncar a
la cantante Lola Lola (Marlene Dietrich), pero acaba subyugado por
su sensualidad y se convierte primero en su marido y después
en su bufón, en una atracción de feria que cacarea
(literalmente) como un gallo. Es una degradación sin fondo;
la autoridad burguesa y bienpensante revolcándose sin contemplaciones
en el fango de sus bajos instintos, servida con el fabuloso barroquismo
visual de von Sternberg, otra interpretación
memorable de Emil Jannings y la sensualidad de Marlene
Dietrich.
La influencia de la estética
expresionista se ha hecho sentir a lo largo de la historia del cine
y lo sigue haciendo. El terror clásico de la Universal en
los años '30 y la época dorada del cine negro sólo
son los ejemplos más evidentes. No en vano muchos de los
talentos más destacados de Alemania huyeron a EE.UU. ante
la llegada del nazismo. Orson welles
también utilizaba frecuentemente recursos expresionistas,
por ejemplo en Ciudadano Kane o en
Sed de mal, por citar solo dos casos.
Cineastas como Lang, Freund,
Edgar G. Ulmer o Siodmak
mantuvieron la influencia expresionista de sus orígenes,
y otros muchos directores en todo el mundo absorbieron sus enseñanzas.
En el cine actual todavía encontramos ejemplos de influencia
expresionista.
Como curiosidad, al pensar en cine
expresionista pensamos en claroscuros, blancos y negros muy contrastados,
sombras inquietantes y tenebrosas... pero siempre en blanco y negro.
Sin embargo no era raro que las películas se tiñesen.
Nosferatu, por ejemplo, estaba teñida
de amarillos, azules y sepias, e incluso de rojo en su clímax.
Resulta divertido por la semejanza que guarda este hecho con la
escultura clásica griega, que también estaba frecuentemente
pintada de colores chillones, lo cual hoy nos parece inconcebible
y hasta hortera.
Renato Sanjuán
es montador de cine.
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